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Curando penas

Doña Chole traía un dolor muy fuerte en el pecho; ciertamente la molestia la había tenido durante años pero últimamente se había hecho insoportable vivir así. Se encaminó entre la maleza y subió cuesta arriba del cerro buscando el hogar de la curandera.  Allí estaba ella, afuera de su jacal dando de comer a sus gallinas.

Doña Chole le explicó a grandes rasgos los síntomas de su enfermedad:

-Me duele el pecho y me cuesta respirar, aveces se me atoran los suspiros en la garganta y me dan ganas de llorar.

-¿Desde cuando empezaste con ese dolor?

-Desde muy chamaca, tendría yo unos 12 o 13 años -respondió Doña Chole mientras se sentaba en la banquita de madera-

-A ver cuéntame porque te empezó el dolor, acuérdate bien como fue porque de la enfermedad depende el remedio.

Doña Chole se quedo pensativa mirando hacia los granos que se disputaban las gallinas, luego cerró sus ojos y una lágrima salió de ellos. La curandera la miraba atenta sin decir nada.

-Me empezó el dolor cuando él se fue. Como le dije, yo era una chamaca por aquellos tiempos. Las familias no estaban de acuerdo en que nosotros estuviéramos juntos, entonces me escapé con el y nos fuimos pal monte. Vivimos allí  en una casita chiquita unos meses sin que nadie nos molestara pero entonces llegaron  los militares. Nos pegaron a los dos, a mi me violaron y me dejaron tumbada entre la hierba dándome por muerta, a el se lo llevaron y nunca regresó. No pude regresar con mi familia ni a mi pueblo y tuve que buscar otro lugar pa vivir,  pero de cuando en cuando me iba a dar una vuelta a la casita que me construyo para ver si había vuelto, pero nunca lo hizo.

-¿No tuviste otro hombre?

-No

La curandera asintió con su cabeza sonriendo dulcemente a Doña Chole,  luego  entró a su casa y sacó un racimo de hierbas;  unas estaban frescas y otras estaban secas. La vida y la muerte estaban entre sus manos arrugadas. Al regresar, la curandera comenzó a cantar una canción que Doña Chole no entendía pero que le sacaba las lágrimas.  Luego prendió un cigarro y le aventó el humo del tabaco en el rostro, para terminar dándole una friega con las hierbas que traía en las manos.

El dolor en su pecho desapareció inmediatamente, Doña Chole no recordaba lo que era vivir sin dolor y sentía que algo le faltaba.

-Vas a sentirte así unos días, después estarás bien.

-¿Que  tenía?

-Penas viejas en el buche. Quité de tu espíritu las manos de los militares y le recordé a tu alma que era libre y que nadie la había tocado, por eso chillaste.  Te arranque la culpa y la vergüenza que no tenias que sentir y las saqué al aire con el tabaco.

Tu hombre ya no está aquí, pero eso tu lo sabes desde hace mucho. También solté el lazo con el que lo amarraste porque no lo dejabas ir y hacías que también le doliera tu dolor, ahora los dos son libres. Quizá se verán luego, se encontraran en otra vuelta o no, pero ya tienen que seguir con su camino y su camino ya no los lleva juntos en esta vida.

Doña Chole le pagó el favor  a la curandera con lechugas y tomates de su tierra, se despidió amablemente y le agradeció curarle las penas. Y aunque nunca más tuvo otro hombre en su vida, ya no sentía tristeza por no estar con aquél que le había sido arrebatado. Doña Chole por fin pudo estar en paz consigo misma cuando ya no deseo estar con sus fantasmas.

Autor: Paola Klug

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