Ir al contenido principal

Enrique González Martínez

Nació en Guadalajara, Jalisco el 13 de abril de 1871. Manifestó desde niño una inquietud por las letras, favorecida por el ambiente culto que se respiraba en su familia, en particular gracias a la sensibilidad de su madre que leía y escribía poesía. Su padre era profesor y fue él quien le impartió las primeras lecciones escolares. Su primera obra literaria fue un cuento que escribió a los ocho años.

 Ingresó al Liceo de Varones y al mismo tiempo cursó la preparatoria en el Seminario Conciliar. En 1886 entró a la Escuela de Medicina, mientras estudiaba logró la publicación de varios poemas en diarios y revistas de Guadalajara. Obtuvo su título como médico, cirujano y partero en 1893, al momento se integró al cuerpo docente de la escuela como profesor adjunto de fisiología. Pero, Enrique González Martínez no dejaba su afecto por las letras; publicó el primero de una serie de tres cuentos en El Heraldo de Guadalajara, además de poemas en diversas publicaciones.

 Se trasladó a Sinaloa cuando tenía 25 años. Desde ahí tuvo contacto con importantes escritores de la ciudad de México y comenzó a colaborar en revistas literarias de varias ciudades del país. La imprenta Retes de Mazatlán editó el primer libro de versos de González Martínez con el nombre Preludios. A esta obra le siguieron Lirismos; Silénter, que le valió ser nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y Los Senderos Ocultos, escrito que le dio renombre en las letras mexicanas. En 1911 se trasladó a la ciudad de México e ingresó al Ateneo de la Juventud, cuya presidencia ocupó en 1912.

 Desempeñó cargos públicos desde su estancia en Sinaloa, donde ocupó el puesto de Prefecto Político en Mocorito y el de Secretario General del Gobierno estatal. Durante el gobierno de Victoriano Huerta se desempeñó como subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes y en 1914 tuvo a su cargo la Subsecretaría General del Gobierno de Puebla. De 1920 a 1931 incursionó en la diplomacia como ministro plenipotenciario en Chile, Argentina, España y Portugal. De regreso a México trabajó en la Fundación Rafael Dondé y en el Banco Nacional de Crédito Agrícola.

 Se dedicó a la enseñanza de la literatura desde 1915 con clases en la Escuela Nacional Preparatoria, en la Escuela Normal para Señoritas y en Altos Estudios. Participó en la edición de publicaciones periódicas; dirigió, junto a Sixto Osuna la revista Arte, en 1911 fundó la revista Argos, laboró también como editorialista de El Imparcial y tuvo a su cargo la dirección de la revista Pegaso junto a López Velarde y Efrén Rebolledo en 1917. Además de la Academia Mexicana de la Lengua y otros organismos, fue miembro del Seminario de Cultura Mexicana desde 1942 y de El Colegio Nacional desde 1943. Recibió en 1944 el Premio Nacional de Literatura "Manuel Ávila Camacho".

 Su transcurso por la medicina, la docencia, la diplomacia, la política y el periodismo no le impidió realizar una constante y espléndida creación literaria. Además de las ya mencionadas y de otras obras literarias, este fecundo poeta jalisciense escribió: La muerte del cisne (1914); El libro de la fuerza, de la bondad y del ensueño (1916); Parábolas y otros poemas (1918); Señales furtivas (1925); El diluvio de fuego (1938); Tres rosas en el ánfora (1939); Bajo el signo mortal (1942); los cuentos autobiográficos: El hombre del búho (1944) y La apacible locura (1951); Segundo despertar y otros poemas (1945) y Babel (1949) reconocido como uno de los mejores cuentos pacifistas. Además El Colegio Nacional publicó sus Obras Completas.

 La obra poética de González Martínez sobresale porque en ella se advierte un tono de sabia reflexión que hizo volver la poesía hacia los cauces en que la profundidad del pensamiento no resulta contradictoria a las formas líricas. Tenía un estilo pulcro y cuidadoso que imprimía en temas con elementos estéticos nacionales; un lenguaje sencillo y directo que daba vida a una poesía intimista y reflexiva. Murió en la ciudad de México el 19 de febrero de 1952, descansa en la Rotonda de los Hombres Ilustres en esa ciudad.

Entradas populares de este blog

Un Santuario para Guadalupe

Corría el año de 1771, cuando el rey en turno, Carlos III, dispuso que el dominico Fray Antonio Alcalde tomara posesión de la diócesis de Galicia, hasta entonces vacante, que abarcaba el actual territorio de los estados de Jalisco, Colima, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Nuevo León, Coahuila, Tepic, Texas y Louisiana. Así, el fraile abandonó Mérida para ocupar su nueva sede episcopal el 19 de agosto de ese mismo año y el 12 de diciembre hizo su entrada solemne en la ciudad de Guadalajara. Al llegar, pudo percatarse de que no existía ningún templo dedicado a Nuestra Señora de Guadalupe, a excepción de la capilla anexa a San Sebastián de Analco y, como se consideraba devoto de esta advocación, decidió iniciar la construcción de un Santuario en su honor en 1777, mismo que fue terminado cuatro años más tarde. La imagen que corona el Santuario Guadalupano en Guadalajara fue pintada por José de Alcíbar en 1774 en la Ciudad de México y tocada al original el 5 de octubr...

Barranca de Huentitán, 1909

Si te cuentan que la barranca en esa zona de Huentitán también fue conocida como "Barranca de Portillo", puedes creerlo ya que en verdad así le llamaban porque había una hacienda en lo que hoy en día es el Zoológico de Guadalajara y que se llamaba "La Hacienda de Portillo". De hecho al fondo, donde termina el zoológico había un malacate movido con un motor de vapor que usaban para transportar personas y mercancías al otro lado de la barranca, a la Hacienda de San Marcelo. Otro dato curioso es que en aquellos ayeres los templos los construían en el centro de los pueblos o por donde llegaban o terminaban los caminos, en este caso el templo de Huentitán esta estratégicamente construido y ubicado en ese lugar porque fue la ruta vieja de Guadalajara a los estados del norte del país. Ya después, a principios de 1900, con la construcción de la planta hidroeléctrica de Las Juntas cambiaron el derrotero a lo que hoy que conocemos como la calle de Belisario Domínguez ...

El Fraile de la calavera

Si de virtudes se habla y buscamos una persona que lo demuestre, no tendríamos que pensarlo mucho para afirmar que el mejor de los ejemplos es el ilustre obispo de Guadalajara, Don Fray Antonio Alcalde. Humilde por convicción, caritativo por naturaleza, Fray Antonio Alcalde honró no solo a la iglesia pues fue hombre de hábito religioso, sino a la sociedad entera, porque su vida y obra fue una constante tarea de servicio y beneficencia. Guadalajara está muy orgullosa que su extraordinario bienhechor está en camino a los altares, pero por lo pronto honra a tan magnánimo personaje con una calle medular de la ciudad y con una colosal estatua que se yergue en medio del jardín del Santuario, frente al garboso santuario de Guadalupe en el corazón de la urbe. El Congreso de Jalisco, al reconocerle sus virtudes, lo honró nombrándolo “Benemérito del Estado”, según decreto 16449 publicado el 30 de enero de 1997; enseguida, se acendró su memoria al instituir la condecoración “Fray. Antonio Alcalde...